No podría decir con certeza cuantos años han pasado, pero en la piel de mis manos todavía se divisan cicatrices diminutas que se confunden con estas pecas que reflejan mi vejez, vejez que es una infamia que sea vieja, cuando mis memorias son tan vivas, tan nuevas, como acabadas de ocurrir, si a través de mis pupilas todavía se refleja esa chispa alegre, suspicaz e ingenua de mis mejores años.En otro tiempo no me importaba ser ignorada, pero cuando pasan los años y tienes un relato atorado entre los labios, bueno, es un azote ser ignorado. Ahora mi única compañía ostenta la palidez de un muerto fresco, pero es tan cálida como uno de esos abrazos repentinos que solemos compartir tan de vez en cuando.
No es estar sola a lo que temo, tampoco a ser olvidada por los montes o andar estas calles como un fantasma, no temo ni tengo por mi algún sentimiento lastimero, pero sí albergo en este cansado pecho la aflicción de ser yo quien halla olvidado el aroma de las rosas o la tibieza de un arrollo que corre sobre la piel desnuda; por eso escribo, para no entorpecer mis sentidos, para que al menos, plasmado entre estas hojas pueda algún día recordar el frío de las montañas, el catar de los ríos y la voz de un sendero vacío.
Algunos, demasiado obstinados, proclaman que paso mis horas llorando en este rincón de ciegos que Dios ha olvidado, que solo la bondad de aquel hombre se guarde de mantenerlo tibio, con nuestras ropas limpias y este silencio de tumba ¡que me perfora los oídos! golpeando con la fuerza y sonoridad de mil martillos, infeliz tormento callado del que soy cliente exclusivo, por que cuando se pasa tanto tiempo callando se aprende a contar las horas, una a una, viendo cómo escurren las gotas de rocío adheridas a la ventana; ahora mis tardes ya no las paso en el monte, mis manos que segaban con inquietud el trigo hoy se entumen con el rígido estupor de barrotes que custodian la demencia de cien ancianos,esta sonora y cruenta ironía de paredes marmóreas y sucias hace erizar mis cabellos y el rechinar de las pútridas cornisas que orquesta un alarido de lamentos seniles, provoca que que mis uñas se encajen como agujas en mis carnes; así de a poco, las demencias de mis días se convierten en certeras apatías.
Anoche dormía, en medio de un prado verde, cobijada solo por el cielo nocturno y el cálido frío de la luna, soñaba, me admiraba de recorrer el mundo y por donde pasaba, en mis relatos guardaba todo aquello que me maravillaba, pero llegó la mañana y mi prado, de a una, se transformaba en resortes chirriantes y cobijas de lana, azotaba de nuevo otra mañana rutinaria, un par de brazos fornidos me arrastran por los pasillos y me olvidan,.Postrada frente a esta mesa de caoba vieja adornada con decoro por un florero roto de coloridas margaritas que contrasta bizarro con un plato infestado de insectos, sobre esta podrida mesa se derraman mis vivencias y aún así, me sigo muriendo, en este espacio me pierdo sin que alguien sepa siquiera mi nombre, viendo como esos pequeños insectos siguen marcando a mordidas sobre mis manos un calendario perpetuo, paso mis días en descontento, dejando que las hormigas carcoman mi cuerpo y aún aquí, tras esta miseria sigo existiendo, sin una identidad en la ficha de ingreso mi nombre será un misterio, las hormigas me seguirán consumiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario