Allá va ella, aquella que camina sola, a
la que acompañan sus pasos el sonido desquiciante de sus zapatos, aquella que
camina sola; esta noche no es distinta de las otras. Hoy, como siempre, se
tropezará con él, con aquel que no es un extraño pero que no le conoce en nada,
con ese que muchas noches le ha tomado de la mano y nunca paga la cuenta. Se
encontrará con aquel, con ese, con él... y al caer la noche la
descubrirá radiante.
Ansioso de rabia,
paciente en el habla, él la mirará a los ojos, ella bajará la mirada... y el
silencio afectuoso que se aferra a su cimiente se quebrará cuando recoja su
vestido y las calles se inunden del eco pausado de su andar... él, aquel que se
viste de frustración y deja que se le escape de los brazos. Ella, aquella que
lo abandona junto al derramado numen de su ser y arrastra la elegancia de sus
vicios por un largo atardecer.
Ese, se aferraba a su aroma, como si el viento no pudiera arrebatarle
ese momento, la soñaba en otros tiempos, encontraba en aquella las dibujadas
letras de su celo. Esa, le miraba orgullosa, como quien sabe de lo que goza,
encontraba en aquel un fugaz compañero de placeres, un guerrero del miedo,
un soberbio embustero de cariño que sucumbe ante sus movimientos… él, ella, se
encontraban cada noche, se miraban a los ojos, desgarraban sus sueños, azotaban
el mundo a besos… nunca se vieron.
Él, ella. Esa que vivió queriéndolo. Ese que murió
en su desprecio. Esos, no son ahora nada más que esta historia, el pálido
vislumbre de un amor violento, un relato alimentado de los despojos de sus
cuerpos, las ansias protagónicas del olvido y la carroña que se pudría entre la
rutina y el aliento.
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