A mis amores, que supieron congelar en versos sus nostalgias, que inmortalizaron en caricias su querer, que tanto amaron, tanto amaron.
A mis amores, que vivieron al borde de la locura dadivosa y el llanto siniestro, el corazón roto y la voz cortada, que respiraron por el hueco de mis dudas, mi piel de nadie, el olvido abrupto, la apariciones fortuitas y el frío de madrugadas en calurosas compañías, que no era la mía.
A mis amores, que buscaron incansables, amarme como creían que yo quería, mientras posaban en mi cielo sus pupilas, amando tanto, tanto.
A esos amores míos que jamás terminé de amar, que no miraba ni por el borde del ojo descuidado, que besaba apenas por el flujo incontrolable de las avaricias celosas de caricias y los labios, esos amores que fueron todos míos, todos míos. Así tan puros, tan etéreos, frágiles y perfectos, de esos que se rompen y siguen viviendo.
A mis amores, que me guardan en secreto entre su entrecejo, que me miran en silencio y de lejos, que no me pierden nunca el rastro y que aprendieron a sonreírme mintiendo.
A esos amores que me dieron canciones, poesías y ramos de flores... Amores, versos, flores, caricias, adioses, besos, consuelos, mañanas claras, canciones.
A mis amores, que supieron sufrirme, que quisieron amarme.
Amores todos, ninguno menos que el otro, todos ellos, algunas ellas, todos míos, llenos de tiempo, llenos de miedo, caricias largas, amor sincero.
A mis amores... ahora lejos. Yo siempre quise quererlos.
miércoles, 4 de diciembre de 2013
miércoles, 16 de octubre de 2013
De ella.
Ella, siendo tan de carne, de pronto se volvió mi propio personaje…
La miraba con pasión, pero sin ese sentido libidinoso que caracterizaba los vicios de la carne. No, yo no la miraba de ese modo. Yo disfrutaba observarla, la miraba juguetear su sensualidad con displicencia mientras la deja correr entre sus piernas, treparse por sus hombros, permitiéndole el desparpajo de alojarse bajo su labio inferior y acomodarse entre los pliegues que separan las orejas de la pronunciada pendiente de su cuello.
Siempre la observaba, me gustaba seguir sus movimientos toscos, su danzar torpe cada vez que recorre la pieza, cuando va estrellándose consigo misma entre los rincones de las sábanas. Jamás la escucho, solo la miro, y me admiro de cómo guarda con recelo toda aquella sensualidad que se derrama cuando se abren las cortinas y entra el sol sobre su pelo, ese modo con el que guarda bajo sus senos el desvelo y el vacío cada vez que tiene que abandonar el idilio de admirarse en el espejo y enfrentarse al mundo de los vivos.
Era ella para mí, más que la realización de su sexo…
Era un espejismo erótico y violento, era caldero de fuego y besos, era mi tiempo corriendo al ritmo de su aliento, mi profundo encuentro con la humedad que lubrica mis más elementales funciones orgánicas… y todo aquello era casi grotesco.
En verano y en invierno la descubría leyendo el capítulo 2 de rayuela con la cadencia perfecta de un lento verso y frotaba su cuerpo imaginando que era la maga, y para mí lo era, y ella flotaba y yo la dejaba viajar con su mente hasta el espejo, y como una proyección que ella enviaba a mi cerebro podía imaginarla plena y desnuda sintiéndose la maga, amando a la maga, excitándose con la idea de que su cabello y el de ella compartían el mismo aroma.
Yo disfrutaba vivir con su tiniebla, amaba mi propia visión de mí, a través de ella alimentaba mi más ciega concepción de lo eterno, perdiéndome en aquella admiración idólatra de su existencia y en la falsa embriagues de su cadencia… Pensaba en mí, en ella, en su piel tibia, en su vida sin primaveras, en los versos que le escribía, en el mar que amaba y en el día en que se apagó sus sonrisa.
viernes, 1 de febrero de 2013
Fue eso.
Allá va ella, aquella que camina sola, a
la que acompañan sus pasos el sonido desquiciante de sus zapatos, aquella que
camina sola; esta noche no es distinta de las otras. Hoy, como siempre, se
tropezará con él, con aquel que no es un extraño pero que no le conoce en nada,
con ese que muchas noches le ha tomado de la mano y nunca paga la cuenta. Se
encontrará con aquel, con ese, con él... y al caer la noche la
descubrirá radiante.
Ansioso de rabia,
paciente en el habla, él la mirará a los ojos, ella bajará la mirada... y el
silencio afectuoso que se aferra a su cimiente se quebrará cuando recoja su
vestido y las calles se inunden del eco pausado de su andar... él, aquel que se
viste de frustración y deja que se le escape de los brazos. Ella, aquella que
lo abandona junto al derramado numen de su ser y arrastra la elegancia de sus
vicios por un largo atardecer.
Ese, se aferraba a su aroma, como si el viento no pudiera arrebatarle
ese momento, la soñaba en otros tiempos, encontraba en aquella las dibujadas
letras de su celo. Esa, le miraba orgullosa, como quien sabe de lo que goza,
encontraba en aquel un fugaz compañero de placeres, un guerrero del miedo,
un soberbio embustero de cariño que sucumbe ante sus movimientos… él, ella, se
encontraban cada noche, se miraban a los ojos, desgarraban sus sueños, azotaban
el mundo a besos… nunca se vieron.
Él, ella. Esa que vivió queriéndolo. Ese que murió
en su desprecio. Esos, no son ahora nada más que esta historia, el pálido
vislumbre de un amor violento, un relato alimentado de los despojos de sus
cuerpos, las ansias protagónicas del olvido y la carroña que se pudría entre la
rutina y el aliento.
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